
Las tres semanas siguientes fueron increíbles, nunca antes me había sentido así, tan bien, tan libre. Alex tenía razón, sus amigos eran muy abiertos y enseguida congeniamos. Había tanta confianza en el grupo que cualquiera diría que llevábamos años juntos.
El día que fuimos a merendar al Starbucks, era un día encapotado, húmedo, lluvioso, perfecto. Estuvimos toda la tarde en la cafetería y por la noche fuimos a cenar a un parque enorme cubierto por un mar de hierba. A mitad de cena, un relámpago iluminó el cielo y gota a gota, éste comenzó a llorar sobre nosotros. Corrimos por las calles bajo la lluvia, sin intentar escapar de nada, iluminados por una sonriente luna que contemplaba la escena desde lo alto. En ese momento todas mis preocupaciones, todas mis penas, lograron disolverse con el agua y se perdieron entre las iluminadas calles de Londres.
Un dolor agudo lanzado desde quién sabe donde atravesó mi estómago destruyéndome por dentro. Caí al suelo y me desplacé tres metros a causa de la velocidad mientras el asfalto arañaba todas las partes de mi cuerpo que estaban a su alcance. Oí el chapoteo de unas pisadas aceleradas que se acercaban gritando mi nombre. Unos brazos me agarraron y levantaron del suelo intentando ponerme en pie, pero las piernas no me respondían y hubiera caído de nuevo si esos brazos salvadores no lo hubieran impedido.
-Lisa, ¿estás bien?
-¿Qué ha pasado?
Más voces. Me hablaban a mí. Pero yo no quería responder. No todavía.
Abracé a Alex (que aún me tenía bien sujeta contra él) para escapar de aquellas ansiosas miradas que esperaban que yo hablara. Me acomodó en su espalda y sin una palabra comenzó a caminar rumbo al hotel seguido de sus fieles amigos. Abracé su cuello. Las manos me ardían y escocían pero intenté ignorar el dolor. Lo conseguí hasta tal punto que el sueño visitó mi mente nublando todos los pensamientos.
A la mañana siguiente cuando desperté me encontré a un cansado y ojeroso Alex observándome desde una silla.
- ¿Qué haces aquí?
- No quería dejarte sola. Además esta noche en sueños has mencionado varias veces mi nombre.
-¿Ah, sí?- Pregunté apartando la vista mientras un ligero rubor teñía mis mejillas.
- Sí, y luego hacías ruiditos raros- anunció muy serio.
Viendo la cara que se me tuvo que quedar se empezó a reír a carcajada limpia sin poder evitarlo. Entonces supuse que era una broma. O eso esperaba…
Me levanté de la cama y me di cuenta de que llevaba el pijama puesto.
-¿Y esto?- pregunté enfadada señalándolo.
- Juro que no toqué nada.
Y sin ninguna palabra más, entré al baño dispuesta a darme una ducha.
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