
Alex paseaba a mi lado. Quise tocarle, sentirle cerca, poner mi mano en la suya e intentar agradecerle todo lo que estaba haciendo, aunque inconscientemente, por mí, cosa que con palabras resultaría tan frío e insuficiente. Eran tantos los sentimientos que quería transmitirle y tan poco tiempo para ello… Hasta ese momento no advertí cuan veloz había pasado el tiempo. No estaba preparada para lo que me acechaba. Todavía no, joder. En este mes y medio había vivido más de lo que había experimentado en mis 17 años.
Era tal el agobio que sentía que empecé a hiperventilar y a temblar violentamente mientras lágrimas saladas rodaban por mis mejillas. Quería gritar, quería que el mundo parase. Quería escapar de este espacio-tiempo al que todos estamos sujetos. Y cuantas más vueltas le daba más caía en la cuenta de lo imposible que era. Odiaba este sentimiento de impotencia y frustración que me embargaba por dentro amenazando peligrosamente con ahogarme.
Alex se volvió hacia mí escrutando mis ojos como si éstos fueran a contarle todas las ideas contrariadas que crecían en mi cabeza alimentándose de mi miedo y mi desesperación.
Me observó durante un rato, sin saber que hacer, con un interrogante pintado en su mirada. Luego me abrazó, fue un abrazo tan intenso, tan cercano, que conseguiría tranquilizar cualquier sistema nervioso por muy nervioso que éste fuese. No preguntó nada. A pesar de que éstos hubiesen sido los mejores días de mi corta vida, era evidente que algo sucedía. Y él me entendía, sentía que lo hacía.
Volviendo al hotel no se separó ni un segundo de mí, lejos de agobiarme, me sentía protegida, me reconfortaba su cercana presencia.
-Esta noche dormiré contigo- anunció una vez llegados al hotel.
No era una pregunta, ni una sugerencia, su tono de voz no permitía réplica. Agradecí ese gesto, de nuevo, interiormente.
Subimos a la habitación y después de asegurarse de que estuviera bien y prometerme que tardaría lo menos posible, se fue a su habitación a por sus cosas. En cuanto se hubo ido, empecé a marearme y a sentir náuseas. Anduve dificultosamente hacia el baño y me dio el tiempo justo para abrir la taza y vomitar dentro. Luego me tumbé en el suelo, haciendo un gran esfuerzo por vencer a
-Joder. Joder, joder, joder, ¡mierda! – concluyó.
Se arrodilló junto a mí. Estaba muy nervioso, casi fuera de sí. Miró hacia la taza del váter y el color huyó de su cara. Sus pupilas se contrajeron y sus músculos se tensaron.
-Sangre- dijo simplemente abriendo mucho los ojos.
De repente pareció despertar y reaccionó.
-¡Tengo que llamar a alguien, voy a pedir ayuda!- gritó desesperado.
Pero algo lo detuvo, una voz tan suave que hubiera pasado por un suspiro.
-Por favor. Por favor…- dije con mucho esfuerzo-…no te vayas.
No sabía que hacer, quería pedir ayuda pero no podía dejarme en esas condiciones. Al final hizo lo que le pedí. Consiguió levantarme y tumbarme en la cama, me pasó una toalla mojada por la cara, me tapó con mil mantas y por fin tuve fuerzas suficientes para hablar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario