Hey life, give me some fucking meaning.

lunes, 29 de noviembre de 2010

CHAPTER 7.

-Alex, lo siento.- susurré, lo justo para que me oyera.

-No pasa nada, no ha sido culpa tuya, tendría que haberme quedado…

-Por esto, y por todo. Por no haberte avisado, por haber escondido la realidad, por el simple hecho de haber venido. Por no tenerte preparado, por no agradecerte todo lo que has hecho, por sentir esto por ti…

-No se a donde quieres llegar.

-¿Recuerdas el día que te mandé un mensaje para preguntarte si podía venir con vosotros? El mismo día que llegamos aquí. Probablemente no estaría en estos momentos contándote esto si ese día no hubiera cambiado mi vida de la manera en que lo hizo. Estoy enferma Alex, me han detectado cáncer de estómago, pero es demasiado tarde. Ya no hay solución, ya no hay vuelta atrás. Quería escapar de todas las personas importantes para mí para no hacerlas sufrir, pero en vez de eso he encontrado otra, con la que juro, quiero pasar el resto de mi vida con ella.- intenté sonreír para darle ánimos ya que parecía que todo esto le estaba viniendo realmente grande.

Después de un largo silencio lleno de dudas y sentimientos preguntó:

-Y… ¿de cuánto tiempo estamos hablando?- se mordió el labio inferior.

-De dos meses hace exactamente mes y medio.

Cualquier atisbo de esperanza que hubiera habido en su mirada desapareció sin dejar huella. Cerró los ojos y respiró entrecortadamente intentando calmarse, procurando no romperse delante de mí. Cuando su respiración se relajó lo suficiente, buscó hueco en la cama y se tumbó a mi lado, apoyando su cabeza en mi pecho, como un niño. Le acaricié el pelo y los dos lloramos en silencio.

Desperté de golpe a las tres de la mañana al sentir una mirada clavada en mí. Alex me contemplaba con los ojos brillantes y rojos de haber llorado. Le acaricié la mejilla, todavía húmeda y colocó su mano sobre la mía. Acercó su rostro al mío de tal manera que su aliento acariciaba mis labios y aquel contacto me produjo un escalofrío que ascendió por mi columna vertebral instalándose en la nuca. Involuntariamente mi boca buscó la suya que fue correspondida y nuestra respiración, nuestros movimientos se acompasaron fundiéndose entre las sábanas. Mi inexperiencia e inseguridad me abordaron incómodamente cuando Alex deslizó su mano por mi pecho y buscó a tientas el broche de mi sujetador. Él parecía seguro, pero nervioso. Me besó casi con desesperación y pude saborear una lágrima suya que había sido testigo de la escena. Su aliento había barrido los últimos rastros de sentido común que normalmente poblaban mi cabeza, pero esta vez, aún buscándolos no logré encontrarlos así que me dejé llevar. Sin oponer resistencia, mostrándome ante él, regalándole mi virginidad. Lo sentía dentro de mí, era un momento tan íntimo, tan nuestro, que hasta los pocos muebles que había en la habitación parecía recogerse para dejarnos espacio. Hacía calor, mi piel ardía al contacto con la suya. El ambiente estaba tan cálido que el aire se condensó formando una fina capa de vaho en el cristal de la ventana y mis ojos comenzaron a nublarse. La fatiga azotó mis pulmones y me privó de respirar asfixiándome a causa del esfuerzo. Una nube negra se asentó en mi visión. Frío. El hielo cortante recorrió mis venas congelando, entorpeciendo mis movimientos y resquebrajando mis músculos antes de machacar los huesos.

-¡LISA! ¡Lisa mírame! No me hagas esto, mierda, MÍRAME.

Sentía como Alex zarandeaba mi cuerpo inmóvil desesperado por encontrar un resquicio de vida en él. Le oí llorar, gritar, jurar. La rabia inundaba sus palabras mientras hablaba atropelladamente con el hospital por teléfono. Me sostuvo entre sus brazos mientras susurraba una y otra vez

-Todo va a salir bien, todo va a salir bien…

Creo que dijo eso, sinceramente no se si fue solo un sueño, o simples alucinaciones porque escuchando el eco de sus palabras me abandoné inevitablemente a la inconsciencia que venía a llevarme con ella a una, quizá, fantasía infinita y eterna.

jueves, 25 de noviembre de 2010

CHAPTER 6.

Alex paseaba a mi lado. Quise tocarle, sentirle cerca, poner mi mano en la suya e intentar agradecerle todo lo que estaba haciendo, aunque inconscientemente, por mí, cosa que con palabras resultaría tan frío e insuficiente. Eran tantos los sentimientos que quería transmitirle y tan poco tiempo para ello… Hasta ese momento no advertí cuan veloz había pasado el tiempo. No estaba preparada para lo que me acechaba. Todavía no, joder. En este mes y medio había vivido más de lo que había experimentado en mis 17 años.

Era tal el agobio que sentía que empecé a hiperventilar y a temblar violentamente mientras lágrimas saladas rodaban por mis mejillas. Quería gritar, quería que el mundo parase. Quería escapar de este espacio-tiempo al que todos estamos sujetos. Y cuantas más vueltas le daba más caía en la cuenta de lo imposible que era. Odiaba este sentimiento de impotencia y frustración que me embargaba por dentro amenazando peligrosamente con ahogarme.

Alex se volvió hacia mí escrutando mis ojos como si éstos fueran a contarle todas las ideas contrariadas que crecían en mi cabeza alimentándose de mi miedo y mi desesperación.

Me observó durante un rato, sin saber que hacer, con un interrogante pintado en su mirada. Luego me abrazó, fue un abrazo tan intenso, tan cercano, que conseguiría tranquilizar cualquier sistema nervioso por muy nervioso que éste fuese. No preguntó nada. A pesar de que éstos hubiesen sido los mejores días de mi corta vida, era evidente que algo sucedía. Y él me entendía, sentía que lo hacía.

Volviendo al hotel no se separó ni un segundo de mí, lejos de agobiarme, me sentía protegida, me reconfortaba su cercana presencia.

-Esta noche dormiré contigo- anunció una vez llegados al hotel.

No era una pregunta, ni una sugerencia, su tono de voz no permitía réplica. Agradecí ese gesto, de nuevo, interiormente.

Subimos a la habitación y después de asegurarse de que estuviera bien y prometerme que tardaría lo menos posible, se fue a su habitación a por sus cosas. En cuanto se hubo ido, empecé a marearme y a sentir náuseas. Anduve dificultosamente hacia el baño y me dio el tiempo justo para abrir la taza y vomitar dentro. Luego me tumbé en el suelo, haciendo un gran esfuerzo por vencer a la inconsciencia. Entonces llamaron, era Alex. Me pedía que le abriera, pero moverme me resultaba imposible. Empezó a impacientarse y dio una patada a la puerta que se abrió con un feo chasquido.

-Joder. Joder, joder, joder, ¡mierda! – concluyó.

Se arrodilló junto a mí. Estaba muy nervioso, casi fuera de sí. Miró hacia la taza del váter y el color huyó de su cara. Sus pupilas se contrajeron y sus músculos se tensaron.

-Sangre- dijo simplemente abriendo mucho los ojos.

De repente pareció despertar y reaccionó.

-¡Tengo que llamar a alguien, voy a pedir ayuda!- gritó desesperado.

Pero algo lo detuvo, una voz tan suave que hubiera pasado por un suspiro.

-Por favor. Por favor…- dije con mucho esfuerzo-…no te vayas.

No sabía que hacer, quería pedir ayuda pero no podía dejarme en esas condiciones. Al final hizo lo que le pedí. Consiguió levantarme y tumbarme en la cama, me pasó una toalla mojada por la cara, me tapó con mil mantas y por fin tuve fuerzas suficientes para hablar.

martes, 23 de noviembre de 2010

CHAPTER 5.

Al salir de la ducha encontré un papelito pegado cuidadosamente en el espejo que con letras rojas y una caligrafía perfecta anunciaba que Alex y los demás me esperarían abajo. Despegué la nota. Ahora el espejo me devolvía una imagen distorsionada de lo que había sido anteriormente. Sin lugar a dudas estaba bastante más delgada y mi piel, ya clara de por sí, había descendido varios tonos más de color. A pesar de haber descansado lo suficiente, se podían adivinar suaves sombras oscuras bajo mis ojos que a su vez se veían más cansados y opacos que nunca. Hasta mi preciosa melena había perdido parte de su brillo. La pierna derecha estaba brutalmente arañada por el asfalto, además del lateral de la cadera del mismo lado que presentaba algunos rasguños.

Después de arreglarme, bajé a la recepción del hotel y, en efecto, ahí estaban pasando el rato jugando a las cartas.

-Buenos días Bella Durmiente- saludó Lucas con una infantil sonrisa.

Alex enseguida se colocó a mi lado y me pasó una mano por la espalda como si quisiera protegerme de algo. Agradecí ese simple gesto que encerraba más significado para mí de lo que me habría gustado reconocer.

-¿Qué vamos a hacer hoy?- le pregunté a la vez que me apartaba un molesto mechón cobrizo de la cara.

-Vamos a pasar el día en el centro viendo cosas, ¿qué te parece?- inquirió alzando una ceja, cosa que me encantaba que hiciera.

-Me parece perfecto, ¿veremos también tiendas?- indagué con una inocente sonrisa.

-Todas las que quieras.

Sin habernos dado cuenta habíamos bajado el tono de voz hasta tal punto de convertirla en meros susurros que volaban de su boca a la mía, ocupando la poca distancia que separaba nuestros labios.

Un grito de victoria que anunciaba el triunfo de la partida de cartas por parte de Lucas, nos devolvió de golpe a la realidad y conseguimos separarnos un poco. Pero no del todo.

Para ir al centro cogimos el metro. Una vez allí nos recorrimos Oxford Street arrasando con todas las tiendas, sobretodo HMV, el enorme almacén de música.

Conocimos a un vagabundo que por dos libras accedió a dejarle a Alex su maltratada guitarra para tocarme una canción que pretendía sonar como Hey There Delilah de Plain White T’S. Tras varios intentos y con bastante esfuerzo conseguí adivinar un fragmento que canté bajito. La voz de él complementó la mía y se fundieron bailando al son de una misma melodía.

Dimos una vuelta por Hyde Park y acabamos encorriéndonos y empapándonos con los chorros de agua que adornaban la fuente. Propuse coger un autobús, de esos rojos para los turistas que no tienen techo en la planta de arriba, sugerencia que fue aceptada por el grupo y donde me dejé una cuarta parte de la memoria de la cámara de fotos.

Al final del día y antes de coger el metro de vuelta, estuvimos paseando por Trafalgar Square disfrutando de una cosa tan simple como un helado. Supe apreciar el valor de las pequeñas cosas y momentos, que aunque casi imperceptibles, hacen que la vida sea genial. No esperes que lleguen esas grandes ocasiones, que al instante desaparecen y en las que crees que te vas a sentir realizado por dentro, porque la vida está llena de pequeños detalles imprescindibles e irremplazables en los que la felicidad se hace tan presente que hasta puedes rozarla con la punta de los dedos.

domingo, 14 de noviembre de 2010

CHAPTER 4.

Las tres semanas siguientes fueron increíbles, nunca antes me había sentido así, tan bien, tan libre. Alex tenía razón, sus amigos eran muy abiertos y enseguida congeniamos. Había tanta confianza en el grupo que cualquiera diría que llevábamos años juntos.

El día que fuimos a merendar al Starbucks, era un día encapotado, húmedo, lluvioso, perfecto. Estuvimos toda la tarde en la cafetería y por la noche fuimos a cenar a un parque enorme cubierto por un mar de hierba. A mitad de cena, un relámpago iluminó el cielo y gota a gota, éste comenzó a llorar sobre nosotros. Corrimos por las calles bajo la lluvia, sin intentar escapar de nada, iluminados por una sonriente luna que contemplaba la escena desde lo alto. En ese momento todas mis preocupaciones, todas mis penas, lograron disolverse con el agua y se perdieron entre las iluminadas calles de Londres.

Un dolor agudo lanzado desde quién sabe donde atravesó mi estómago destruyéndome por dentro. Caí al suelo y me desplacé tres metros a causa de la velocidad mientras el asfalto arañaba todas las partes de mi cuerpo que estaban a su alcance. Oí el chapoteo de unas pisadas aceleradas que se acercaban gritando mi nombre. Unos brazos me agarraron y levantaron del suelo intentando ponerme en pie, pero las piernas no me respondían y hubiera caído de nuevo si esos brazos salvadores no lo hubieran impedido.

-Lisa, ¿estás bien?

-¿Qué ha pasado?

Más voces. Me hablaban a mí. Pero yo no quería responder. No todavía.

Abracé a Alex (que aún me tenía bien sujeta contra él) para escapar de aquellas ansiosas miradas que esperaban que yo hablara. Me acomodó en su espalda y sin una palabra comenzó a caminar rumbo al hotel seguido de sus fieles amigos. Abracé su cuello. Las manos me ardían y escocían pero intenté ignorar el dolor. Lo conseguí hasta tal punto que el sueño visitó mi mente nublando todos los pensamientos.

A la mañana siguiente cuando desperté me encontré a un cansado y ojeroso Alex observándome desde una silla.

- ¿Qué haces aquí?

- No quería dejarte sola. Además esta noche en sueños has mencionado varias veces mi nombre.

-¿Ah, sí?- Pregunté apartando la vista mientras un ligero rubor teñía mis mejillas.

- Sí, y luego hacías ruiditos raros- anunció muy serio.

Viendo la cara que se me tuvo que quedar se empezó a reír a carcajada limpia sin poder evitarlo. Entonces supuse que era una broma. O eso esperaba…

Me levanté de la cama y me di cuenta de que llevaba el pijama puesto.

-¿Y esto?- pregunté enfadada señalándolo.

- Juro que no toqué nada.

Y sin ninguna palabra más, entré al baño dispuesta a darme una ducha.