Hey life, give me some fucking meaning.

lunes, 11 de octubre de 2010

CHAPTER 2.

Recordé que Alex se iba de viaje a Londres con sus amigos ese mismo día y sin permitirme el lujo de pensármelo dos veces le mandé un mensaje “Alex, ay hueco xa 1a ms?”. Contestó en menos de un minuto, (sí, el chico vivía con el móvil en la mano) “Claro, smpre ay stio xa ti”. No feliz, pero un poco más que antes, me dispuse a meter en la maleta todos los trapos que había en mi armario. Cuando acabé, revisé y estuve segura de que no me haría falta nada más, salí de casa con únicamente la mochila, dejando atrás todo lo que había sido mi vida, pero que desgraciadamente, ya no me pertenecía.

Cargué el equipaje en el asiento del copiloto asegurándome de que no se podía caer, monté en el coche y arranqué. El ruido del motor ahogó el sollozo de tristeza que trepó por mi garganta. Las dos horas de viaje se me hicieron demasiado cortas, pues lo único que quería era que el tiempo se detuviese para poder disfrutar eternamente de la vida que me había sido arrebatada. Escuchando una vieja canción country llegué por fin al aeropuerto y nada más aparcar un nuevo mensaje se coló en mi bandeja de entrada: “Dnd sts?Stams en la puerta” Salí del coche a toda prisa (tengo que admitir que estaba hasta emocionada) y descargando la maleta conseguí distinguir a lo lejos, en las escaleras de la entrada, un grupo de personas que me saludaban y gritaban agitando los brazos. Ahí estaban, esperándome. Me alegré tanto de ver a Alex que corrí como una loca a abrazarle. No había tenido un momento más feliz en todo el día y eso me asustó. Quizá no hubiera sido tan buena idea haber venido. Quizá.

Alex podía considerarse como… mi mejor amigo. Nos habíamos visto sólo una vez pero habíamos hablado tantas otras… Nos conocimos en una excursión del colegio, cuando fuimos a Darlington, él era de allí y ese día no habían tenido clases. Un chico alto, con el pelo oscuro revuelto y unos ojos verdes enormes se acercó a saludarme. Era bastante abierto y hablador, al contrario que yo y mi timidez, tan inseparables como siempre. Al final me solté bastante (raro en mí) y acabamos pasando toda la tarde juntos. A partir de ahí, hablábamos todos los días y sinceramente, ahora mismo no sabría que hacer sin él. No había cambiado nada.

Cuando por fin sus brazos se relajaron y nuestros cuerpos se fueron separando poco a poco aunque con desgana abrió inmensamente sus inauditos ojos y dijo:

-¡Venga venga! ¡Que el avión no espera!- y echó a correr escaleras arriba.

Todos le seguimos entusiasmados gritando, silbando y corriendo, con las maletas a rastras. La gente se quedaba mirándonos y algunos susurraban entre ellos. Otros, con los ojos brillantes, se morían de ganas de unirse a nosotros.

No hay comentarios:

Publicar un comentario