
“Sólo te quedan dos meses” “sólo dos meses…” “sólo dos meses…”
La frase del doctor seguía repitiéndose en mi cabeza una y otra vez mientras salía de la consulta.
Era un día lluvioso, de esos que no gustan a nadie excepto a mí, pero no dejaba de darle vueltas a los dos minutos pasados que habían cambiado el rumbo de mi vida hacia la tormenta. Sumergida y absorta totalmente en mí y mis pensamientos, llegué a casa sin darme cuenta. Suspiré de alivio al comprobar que no había nadie ya que aunque hubiera intentado desviar el tema, suponía que mi cara me delataría y al mínimo consuelo de mi madre rompería a llorar. El teléfono comenzó a sonar resquebrajando esos pensamientos.
-Buenas tarde amor- reconocí esa voz al otro lado de la línea.
-No son tan buenas- susurré sinceramente.
-¿Qué ocurre?- preguntó preocupado con un timbre más alto del habitual.
Se produjo un corto silencio. No sabía que decir, no sabía que hacer, no quería ni podía mentir y menos a él.
-Nada importante… simplemente me encuentro un poco mal- conseguí tartamudear.
- Hoy hace dos años que nos conocemos.
-Lo se.
-Pensé… que te gustaría hacer algo juntos- comentó un tanto indeciso.
Otro silencio, y este más largo. Se podía sentir un atisbo de tensión e incertidumbre en aquel, para él, extraño lapso de tiempo.
-Sí, claro, por qué no…
-¡Estupendo!- saltó sin querer esconder su entusiasmo- pasaré a las 8 por tu casa-anunció más calmado. Y colgó.
“Guay Lisa, te has lucido.” Susurré en voz baja mientras colgaba el teléfono de nuevo en la estantería.
Subí a mi habitación a escuchar música. Probablemente lo único que podía hacer que me sintiera mínimamente mejor. Inserté el disco en la mini cadena y el sonido de “Airplanes” envolvió la estancia.
Me tumbé sobre la colcha intentando relajarme y no pensar, propósito que conseguí, y en poco rato el sueño vino a acurrucarse junto a mi cama.
Desperté a la media hora, poco a poco, al tiempo que “Fall for you” penetraba en mis oídos y todo el peso de la realidad calló como una gran losa encima de mí amenazando con aplastarme. Un único y simple objetivo se había colado en mi cabeza mientras dormía: huir.
Sabía que no podía huir de esto que iba formándose dentro de mí, pero sí podía escapar de mis padres, de mi novio, mis amigas… todas aquellas personas que quería y no podía verlas sufrir por mí.

